El laberinto es una de las imágenes arquetípicas de nuestra cultura. Construido por Dédalo para encerrar al Minotauro, fue descifrado por Teseo, quien pudo entrar, matar a la bestia y regresar al mundo gracias al hilo que le proporcionó Ariadna. Según la interpretación alegórica consagrada, el combate de Teseo contra el Minotauro simbolizaba la lucha entre la razón y los impulsos inconscientes; en esta misma dirección, la entrada en el laberinto representaría el proceso de autoconocimiento que sólo puede concluir con la resolución del enigma.
La estructura narrativa de Baúl mundo es también un interminable cruce de senderos. El lector, convertido en un alter ego de Teseo, intenta verificar la existencia de una entrada y una salida, un inicio y un desenlace, pero tanto a la autora de los relatos, Lola Esteban Lario, como al creador de las fotografías, Pedro Soto, no les interesa mostrar de forma evidente la resolución del problema, sino activar el deseo de búsqueda constante en el lector. Advierto, con esto, que no es un libro fácil; y su espléndida belleza radica, precisamente, en su dificultad.
En cierto sentido, los 24 relatos que integran Baúl mundo son 24 puertas hacia lo posible. Nuestro acceso a ellos es ritual, pues nunca entramos directamente en sus palabras: antes de cada relato, existe una página previa a modo de emblema, compuesta por una imagen abstracta –obra de Pedro Soto- y un vocablo que se integra en esa imagen; ambos elementos son definidores del contenido esencial del texto que vamos a leer a continuación.
De este modo, antes del primer relato nos encontramos con el vocablo “Intrusión”, es decir, con la idea de una apropiación sin derecho y, por tanto, violenta. Esta palabra, se inscribe en una composición plástica donde el rigor lineal de dos bandas paralelas es violentado por la aparición, la intrusión, de un óvalo azul. Los autores nos han otorgado una pista, han dejado caer un sutil hilo de Ariadna, con el que nos iremos encontrando antes de cada relato. Pasamos la página y empezamos a leer el propio texto, titulado “Ausente y presente”:

“Cuando yo nací, mi hermano ya estaba muerto. Puede ser que gracias a la muerte de mi hermano, naciera yo”.

Aquí se presenta ya uno de los principales temas del libro: la idea del doble, no como fenómeno siniestro, sino como recreación velada del mito clásico de los Dióscuros, Castor y Polux, donde uno de los hermanos debe morir para que el otro sobreviva. Precisamente, en 1950 el historiador del arte Pierre Roumeguère presentó su tesis doctoral sobre el poder de este mito en la imaginación de Dalí, quien había nacido, de hecho, nueve meses después de la muerte de su hermano homónimo. Una consecuencia del "complejo de dióscuros”, es lo que Dalí llamó la "fenixología": le parecía que su supervivencia y su gloria se edificaban sobre la muerte de otros rivales:

“Los muertos son para mí como una blanda almohada sobre la que me duermo”.

Esta misma idea se repite en el relato “Cosme y Damián”, que arranca con la búsqueda de un poderoso fetiche, un paraguas rojo. A lo largo de Baúl mundo encontramos también la pluma violeta en la cabeza de Marta, el naranja eléctrico que activa el deseo en el relato “La pintura”, las descripciones de los cuadros que pinta Salvador, el propio título del relato “Rojo, verde y cobalto”, o la intensidad tonal de gran parte de las fotografías intervenidas.
El color es, por tanto, otro de los temas recurrentes a lo largo de todo el libro, y los autores consiguen que sean algo más que un espectro de nombres. Tanto Lola Esteban Lario en sus escritos como Pedro Soto en sus ilustraciones son conscientes de que, cada cultura, nombra sus colores de un modo distinto y que nunca coinciden. Los colores encarnan las leyes de la mutación y de lo efímero y, por eso, como nos recuerda Félix de Azúa, también los hay difuntos: uno de los más bellos colores jamás hallados es el pullus, un color muerto, desaparecido, y que al parecer correspondía al resplandor del lomo en las liebres huidizas.
Es posible rescatar ese color en el lomo de muchos personajes de este libro, en su presencia serpenteante y ambigua. Emilia, Germán, Isabel, Belsaí, Salvador entran y salen de diferentes relatos. Su personalidad es una constante remembranza, pues nunca aparece perfilada de un modo firme, hasta el punto de que llegamos a dudar de si se trata siempre los mismos personajes.
Es muy característica en la obra de Lola Esteban Lario la conexión de unos relatos con otros, ese placer por el jeroglífico que nos lleva a desestabilizar en ocasiones nuestro entendimiento de lo narrado. Así, algo que parece quedar descolgado en un relato puede encontrar respuesta en otro. O algo que parece no tener antecedente acaba encontrando su origen o su razón de ser en algún otro lugar recóndito de la obra. Son pues, relativamente frecuentes las comunicaciones subterráneas, los puntos de referencia, la reiteración de personajes o el desarrollo en relato posterior de un tema implícito en otro anterior.
Pero esto también nos da a entender una cosa: no estamos ante una colección de relatos sueltos que se reúnen en un libro cuando se llega a un determinado número de unidades. Aquí la obra es unitaria, responde a idéntica sensación o idea y, como tal, requiere una estructura consecuente. Baúl mundo se convierte así en un múltiple y único relato, o una gran novela, laberíntica, fraccionada que la autora nos invita a reedificar.
“Words, words, words” (palabras, palabras, palabras), respondía Hamlet a Polonio cuando éste le preguntaba qué estaba leyendo. Todo el que se aproxime a Baúl mundo tendrá muchas más posibilidades en sus respuestas que el atormentado Hamlet, pues el libro también es imagen. Las fotografías de Pedro Soto despliegan un intrincado juego retórico según el cual la realidad es pensada de forma plástica.
Esto es consecuencia de una cuidada manipulación digital, procedimiento que el crítico de arte José Luis Brea ha llamado segundo obturador: es decir, la potencialidad específica del medio técnico utilizado –el ordenador como segundo obturador, como dispositivo de postproducción de la imagen capturada- da como resultado la reconstrucción de fotografías que se alejan de la tradición desde varios frentes: por un lado, se destruye el paradigma del instante decisivo, de la idea de que la fotografía sólo sirve para captar el puro y concreto acontecimiento; por otro, se asumen rasgos formales propios de lo pictórico, en un juego mestizo que flexibiliza o incluso deroga el carácter realista de la fotografía.
Me consta que Pedro Soto maneja de forma lúcida los recursos de la fotografía tradicional. Sin embargo, en esta ocasión ha entendido que las ilustraciones de los textos no podían ir por el camino del mero acompañamiento narrativo. De hecho, no le interesa concretar a través de la imagen momento claves del nudo narrativo del relato, sino evocar sensaciones puntuales y azarosas. Rechazando las jerarquías y las evoluciones, Pedro Soto va configurando la posibilidad de una lectura paralela a través de la mirada contemplativa.
Curiosa es la etimología del verbo mirar, del latín mirari (extrañarse, estar azorado, espantado). Pedro Soto ha asumido para su trabajo la raíz originaria del acto de la mirada, ya que sus obras no nos llevan a una contemplación pasiva. Al contrario, radica en ellas la belleza de lo extraño y también esa carnalidad cromática, casi textural, que es propia de la pintura.
El colofón del libro nos da la clave: “El lector completa lo que lee, el espectador lo que mira”. Texto, transiciones e imágenes son piezas de un puzzle que tiene que ser reconstruido por aquel que se aproxime a Baúl mundo. El destino de este libro único es construir sobre él una memoria plural, porque si bien es tesorero de las vivencias personales de sus autores, también es, como el Zahir de Borges, “un repertorio de futuros posibles”.



Carlos Delgado (Madrid, 1979) es Licenciado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid.
Como crítico de arte ha publicado sus artículos en las revistas El punto de las artes, Descubrir el arte, Platea, El legado andalusí, entre otras.
Ha publicado numerosos estudios de poetas y artistas contemporáneos, así como los libros Ciria. Rare paintings, post-géneros y Dr. Zaius (2008), Recorrer la pintura (2007) y Quién y por qué. Anales de las artes plásticas del siglo XXI (2002).
Desde 2004 dirige e imparte ciclos de conferencias, cursos y seminarios de Historia del Arte en diversas instituciones y universidades de Madrid, Castilla La Mancha y Andalucía.
Ha trabajado como comisario de exposiciones para el Ateneo de Madrid, la Fundación Carlos de Amberes (Madrid), el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo (República Dominicana), la National Gallery de Jamaica (Kingston, Jamaica) y Museo del Arte de El Salvador (El Salvador).
Recado de escribir:

baulmundo@gmail.com



Transiciones



La transición es una página de inicio de cada relato, como una puerta que lo abre.
En cada una de ellas va inscrita una palabra que no es el título sino el resumen, la esencia.